En las décadas finales del siglo XIX, las instituciones de microcrédito se erigieron como una opción viable para que los más desfavorecidos accedieran a recursos financieros y emprendieran actividades productivas. La experiencia ha demostrado que los micropréstamos permiten a comunidades enteras superar algunos rezagos sociales, y también ofrecen un camino para lograr el equilibrio de poder entre géneros, pues promueven mejores oportunidades económicas para las mujeres. El trabajo de Armendáriz y Morduch analiza en la teoría y en la práctica- el funcionamiento, el impacto social y la sustentabilidad económica de las entidades dedicadas a las microfinanzas. Los autores hacen un recuento del rápido crecimiento del sector en los últimos años y plantean alternativas para reducir los riesgos de prestar dinero en poblaciones carentes de garantías comerciales. La propuesta consiste en emplear fórmulas que, al tiempo de generar utilidades por la intermediación financiera, contribuyan a aliviar la pobreza y a combatir la desigualdad.