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A Eugenio Ímaz (19001951), como muchos otros intelectuales de su generación, le tocó vivir en un mundo cuya crisis era de tal magnitud que parecía una tarea casi imposible poder orientarse en él. Ni los instrumentos intelectuales, que tropezaban en los escombros partidistas de las ideologías enfrentadas, ni las azarosas y en ocasiones trágicas peripecias vitales ayudaban a ello. Pero fue a eso precisamente, a señalizar caminos filosóficos y a arreglar brújulas metodológicas, a lo que Ímaz se aplicó con paciencia y grandes conocimientos. Desde su exilio mexicano, al tanto de las principales disciplinas de su época (la ciencia, la psicología, la filosofía analítica, el existencialismo o la lógica), de las que era lector omnívoro, encontró en el historicismo de Dilthey, autor del que tradujo su obra completa y al que consagró un par de libros, una herramienta eficaz para repensar ese mundo en crisis. La historia y la razón, la razón "en" la historia: quizás bastaba con volver a conectar estos dos términos para que el resto de las piezas del puzle mental de la primera mitad del siglo XX encontraran su lugar de manera natural. En prólogos, conferencias, traducciones o clases, es decir, asediando desde las afueras el centro incandescente de los problemas, dejó pistas que siguen estando vigentes para encontrar el camino en el que no se podía dejar de lado la región, pero en el que ésta tenía que aceptar como compañía el espíritu crítico y los descubrimientos de la ciencia.

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