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Lo rojo y lo negro es, ante todo, una novela política. Cualquier lectura más o menos interesada, inteligente, de la novela, renueva el problema que Stendhal no dejó de plantear de varios modos en sus textos: la actualidad de la literatura y la tensión que ello implica con su perennidad, pero también con su caducidad. En la representación bufa de la política también reside la crítica stendhaliana al período de la Restauración borbónica. Su personaje revela, más que una singularidad cambiante, las limitaciones históricas de la cultura política, allí donde constituye un tipo de la energía y el talento plebeyos que no encuentra el cauce adecuado, heroico, para su expansión. Julien es una potencialidad que se despliega de modo errático, y en esto mismo, bufonesco (como preceptor, como seminarista, como secretario, como emisario secreto) de acuerdo a las circunstancias históricas. Por eso, el amor es, para él mismo, una épica vicaria, cuando en efecto traza sus planes de conquista inspirado en las memorias de Napoleón o en las historias de amor pasión, aunque el amor sea el único punto de positividad que la novela conserva, porque su autor cree, en efecto, contra toda crítica roussauniana y política del amor, en la felicidad que esa pasión puede ofrecer. En esto, Lo rojo y lo negro es la novela de un heroísmo de sustitución, farsesco, inspirado en los relatos transmitidos del pasado (la leyenda Boniface de La Mole), en la literatura (Rousseau, Prévost, las Cartas de una religiosa portuguesa), o en los informes militares (los boletines del ejército napoleónico) que se han leído y, por eso mismo, siempre inadecuado, siempre desfasado en un mundo histórico sin epicidad.

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