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Entre abril de 1903 y marzo de 1905, Julio Verne trabajó en tres narraciones, sin las cuales no se entendería por completo el resto de su obra. La primera, Amo del mundo era una continuación pesimista de Robur el conquistador (1886). En la primavera de 1904 avanzó en la composición de La sorprendente aventura de la misión Barsac, que debió interrumpir abatido por una repentina parálisis. Fue a comienzos de 1905 que escribió como en trance, la novela breve El eterno Adán, de la que diría su hijo Michel cinco años más tarde este relato que hasta el presente se mantuvo inédito ofrece la particularidad de inclinarse hacia conclusiones más bien pesimistas, contrarias por completo al optimismo noble que animó Los viajes extraordinarios.

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