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Durante los seis meses que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética, uno de cada tres habitantes extranjeros de Chechenia resultó víctima de la violencia, en una "purificación étnica" que, a diferencia de la que sufrió Bosnia, fue desconocida por el mundo. Éste fue sólo uno de los efectos de la crisis que comenzó en el otoño boreal de 1991. En este fin de siglo, Rusia está reducida a una existencia fantasmal, en la que dirigentes notoriamente corruptos conservan sus puestos, el crimen organizado domina la opinión pública por medio del dinero y la justicia no posee utilidad alguna. En el presente libro, continuación de "El problema ruso al final del siglo XX", el autor -inobjetable testigo de una época cuyas atrocidades no han cesado- describe la situación actual y el destino de su patria; analiza su historia, así como la decadencia de su cultura y su carácter y explica por qué el zemtsvo -asamblea provincial y comarcal elegida por todas las clases sociales- es una herramienta que podrá resolver las dificultades nacionales. En medio del derrumbe general, el único bien que no le han arrebatado a Rusia es el espíritu del pueblo. Si éste se sobrepone a la inercia del presente por medio del trabajo obstinado y la recuperación del particular fenómeno de su cultura, podrá ser dueño de su destino.

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