El teléfono suena y saca a Chelsea de un profundo sueño. Del otro lado le avisan que su tío ha muerto. Debe regresar a Philipsburg, de donde se marchó hace cinco años para no volver. Instalada allí, decide hacerse cargo de la clínica veterinaria familiar. A partir de entonces, la imagen de Kieran OConnelly comienza a rondarla. Junto con él, llegan las amenazas telefónicas, la figura de un merodeador y una muerte misteriosa. Como en un carrusel, los habitantes del pueblo desfilan ante una Chelsea que desconfía: su amiga de la infancia, el comisario del pueblo, la inquietante mujer de Kieran. Nadie es quien parece ser y pocas claves hay para resolver el caso: un botón caído, fotografías viejas y la intuición de Chelsea que, pese a los hechos, sabe que debe reconstruir su pasado para ensamblar las piezas de un presente que se ha tornado perturbador.