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Rafael Barrett

Rafael Barrett

Nacido en Torrelavega el 7 de enero de 1876, Rafael Barrett [o Barret] se hace presente en el Madrid de 1902 con el centelleo deslumbrante del escándalo: de origen aristocrático, retador y duelista, descalificado por un tribunal de honor, agresor del duque de Arión en plena sesión de gala del Circo de Parish, suicidado en San Sebastián según la prensa de la capital... Todo ello a la edad de 26 años y en el breve lapso de apenas seis meses. Durante esa agitada etapa de su vida madrileña sabemos de su amistad con Valle-Inclán, con Ramiro de Maeztu, con Manuel Bueno, con Ricardo Fuente. Luego desapareció hacia otras galaxias dejando tras de sí un rastro inquietante. Viajó a América donde le persigue su averiada estrella de héroe. En Buenos Aires reincide en su práctica de la justicia pública y directa mediante el bastón. Y de nuevo fracasa: en una aventura tragicómica, de tintes quijotescos, apalea a un probo director de hotel al confundirlo con Juan de Urquía (firmante Capitán Verdades) que había eludido batirse con él en duelo escudándose en la vieja descalificación madrileña. De Argentina viaja a Paraguay, donde por fin encuentra su lugar en el mundo. Allí nace en Barrett un hombre nuevo, producto del injerto con la vitalidad americana. Se implica decididamente en la denuncia de la injusticia social, se aproxima al anarquismo. Es apresado y desterrado primero al Matto Grosso brasileño y finalmente a Montevideo. En Uruguay conecta enseguida con las vanguardias intelectuales uruguayas. Pero la tuberculosis le aprisiona y regresa al Paraguay en cuanto los caudillos de turno se lo permiten. Viaja a Europa en un intento desesperado de curación. Muere en Arcachon con 34 años, el día 17 de diciembre de 1910. La estela luminosa de Rafael Barrett reaparece brevemente en el firmamento madrileño de 1919 cuando la Editorial América de Rufino Blanco Fombona edita algunas de sus obras. La publicación de esos libros hace desempolvar viejos recuerdos de quienes lo conocieron en su juventud madrileña. Gracias a ello disponemos de importantes testimonios como los de Maeztu y Baroja. De no ser por esa rememoración, el rastro de la vida madrileña de Barrett habría quedado reducido a unas cuantas noticias sensacionales perdidas en la efímera tinta de los periódicos. Incluso su origen natal ha andado perdido durante mucho tiempo en una nebulosa de errores y de dudas. Armando Donoso, uno de sus primeros comentaristas, le dio por nacido "en Algeciras" (Donoso 33), Carlos Zubizarreta dice que era "de origen catalán" (Zubizarreta 249), Carmelo M. Bonet le cataloga como "escritor argelino" (Bonet 3), Sainz de Robles afirma que había nacido en la "Argentina" (Sainz de Robles 127), Eduardo Galeano dice que nació en "Asturias" (Galeano 16). Presencia subterránea La obra de Rafael Barrett es en general poco conocida. Corta y asistemática como su propia vida, se publicó casi íntegramente en periódicos de Paraguay, Uruguay y Argentina. Y sin embargo, su pensamiento ha ejercido en Latinoamérica, y especialmente en el ámbito del Río de la Plata, una notable influencia. Si bien es cierto que se trata de una influencia un tanto subterránea, fue lo suficientemente fuerte como para que Ramiro de Maeztu le considerara "una figura en la historia de América" (Maeztu 10). Los escritos de Barrett son de una calidad intrínseca notable. En opinión de José María Fernández Vázquez, si hubiera tenido más tiempo para desarrollar su obra, "estilo literario y vigor ideológico hubieran creado uno de los corpus textuales más interesantes del continente americano" (Fernández Vázquez 100). Prólogo de Augusto Roa Bastos. Selección y notas: Miguel A. Fernández. Cronología: Alberto Sato. Clic para descargar Tres de los más grandes escritores del Cono Sur americano han expresado, con encendidos elogios, su profunda admiración por la obra de Barrett y la influencia de él recibida. En Paraguay, Augusto Roa Bastos ha dicho: "Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo vertiginosamente en la luz rasante y el mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la "realidad que delira" de sus mitos y contramitos históricos, sociales y culturales." (Roa XXX). En Argentina, Jorge Luis Borges decía en una carta de 1917 a su amigo Roberto Godel: "Ya que tratamos temas literarios te pregunto si no conoces un gran escritor argentino, Rafael Barrett, espíritu libre y audaz. Con lágrimas en los ojos y de rodillas te ruego que cuando tengas un nacional o dos que gastar, vayas derecho a lo de Mendesky -o a cualquier librería- y le pidas al dependiente que te salga al encuentro un ejemplar de "Mirando la vida" de este autor. Creo que ha sido publicado en Montevideo este libro. Es un libro genial cuya lectura me ha consolado de las ñoñerías de Giusti, Soiza O Reilly y de mi primo Alvarito Melián Lafinur." (Vaccaro 2). En Uruguay, José Enrique Rodó, que coincidió con Barrett en Montevideo y quedó deslumbrado por sus artículos en la prensa, escribía: "...hace tiempo que, apenas tropiezo con persona a quien se pueda pedir ese género de albricias, le pregunto, venga o no venga a cuento -Lee usted La Razón? Se ha fijado en unos artículos firmados por R. B.?" (Rodó, "Las moralidades de Barrett", p. 343). Juventud del 98 A partir de los escasos datos de su juventud madrileña y, sobre todo, desde el análisis de sus primeros escritos, Rafael Barrett se define plenamente como un "joven del 98", entendiendo ese término en un sentido tan amplio, cambiante, difuso y movedizo como corresponde a la complejidad de aquellos momentos de crisis. Por "juventud del 98" no nos referimos a la etapa juvenil de la más tarde llamada "Generación del 98" (término sin duda estrecho, aunque ya también imprescindible), sino al amplio y variado espectro de los jóvenes con inquietudes artísticas e intelectuales que coinciden en el turbulento magma del final de siglo. Si algún rasgo común caracterizó a aquellos jóvenes, fue la presencia de parecidas inquietudes como consecuencia de las transformaciones radicales que se produjeron en aquellos años de confusión. Conformaron así un agitado panorama humano, carente de estabilidad y de límites precisos, que se definió por debatirse a la búsqueda de orientación en el vórtice de la llamada "crisis de fin de siglo". El núcleo principal del fermento que agita las conciencias de aquellos "jóvenes del 89" y la clave hacia la que se aglutinan aquellas inquietudes, radica seguramente en la confluencia de dos voluntades de renovación radical: en lo estético y filosófico el modernismo, en lo social y político el regeneracionismo. El modernismo, en tanto superación filosófica del positivismo y como voluntad de expandir el concepto de realidad más allá del estrecho límite del "hecho positivo" y de abrir la idea de naturaleza humana hacia lo fantástico, lo misterioso, lo enigmático, lo arracional..., por medio, principalmente, de la expresión artística. El regeneracionismo, desde su análisis de los males de la España del "desastre" y su diagnóstico de una degeneración nacional profunda, más allá de la pura derrota mi

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